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Corresponsales en Washington


Huyendo de las noticias diarias Tito nos refugiaba los viernes en el Washington. En esa trinchera del periodismo cerrábamos jornadas de muertes, asaltos, violaciones, una que otra payasada política y escándalos faranduleros. Era el escondite donde pasábamos con cerveza el trago más amargo de la noticia. Era una guarida. Un punto de escape. Un refugio que bajo el humo del cigarro nos camuflaba entre una ciudad aún más gris.


Camisas remangadas, corbatas sueltas, botones que se iban liberando. El formalismo aparente del típico reportero de televisión sucumbía ante la decadencia del Chifa Washington. Tomábamos hasta bordear el alba, reíamos a carcajadas y hablábamos lo que nos daba la gana. Si alguien iba “solo por un vaso” terminaba secuestrado por el alcohol. Si alguien se paraba era sólo para ir al baño.


No recuerdo exactamente la primera vez que fui a ese antiguo y acabado restaurante de la Avenida Mariano Carranza en Santa Beatriz. Sin embargo, la imagen más antigua que guardo del Washington es la de una rata carcomiendo las patas de nuestra mesa. Admito que aquella vez me sorprendí, en cambio Tito y los demás siguieron tomando. Con el tiempo entendí que eso era algo tan normal como la fantasmal y eterna presencia de la dueña del Chifa. Cabello grasiento como sus tallarines, ojeras permanentes y prendas tan reusadas como el aceite en el que freía los wantanes. Bajo ese semblante la china fue testigo de chistes, historias y cojudeces.

-Tanús, tú qué opinas ¿el tamaño importa o no?

- No sé Tito, creo que no.

- Otro que la tiene chiquita!

***

Fui por primera vez al Washington cuando tenía 23 años. Por entonces yo era el idealista practicante, estudiante de séptimo ciclo, que soñaba ser corresponsal de guerra o reportero político de algún dominical. Había pasado de la teoría a la práctica, de las cómodas aulas de la UPC a las sacrificadas comisiones de América Noticias.


“Olvídate del quién, cómo, cuándo, donde… son huevadas” me dijo Tito en un pobre y frío Asentamiento Humano del Cerro Lomo de Corvina. Antes de conocer el emblemático Chifa, en mis primeros días como practicante, me asignaron de maestro a Víctor Cáceres Montes, el popular colorete o simplemente Tito. Debía acompañarlo a sus jornadas periodísticas, seguirle los pasos en todas su comisiones (generalmente en los cerros más alejados o en las zonas más peligrosas de Lima).

"El formalismo aparente del típico reportero de televisión sucumbía ante la decadencia del Chifa Washington"

Regordete, de voz chillona y hablar acelerado. Él era uno de los reporteros más respetados de América Noticias y , a la vez, un niño. Cuando lo acompañé al alejado Cerro Lomo de Corvina, me invitó una Pepsi y un paquete de galletas de Soda. “Quien ha sido el huevón que te dijo que vengas en terno” me dijo riéndose del practicante que desconocía lo difícil e incómodo que era llegar a un Asentamiento Humano de Villa el Salvador. Tito vestía jean, zapatillas, una enorme camisa blanca y un saco marrón. Estaba cómodo para caminar por los arenales y presentable para informar frente a cámaras. Aquel día se ganó la confianza de los pobladores quienes frente a un pequeño televisor en pleno arenal esperaban con esperanza el mensaje de fiestas patrias del presidente Alan García. El reportaje registró la decepción de gente que vivía en extrema pobreza pero no las risas que provocó aquella fría mañana Tito.


Horas después retornamos al canal. Redacté una nota periodística sobre la jornada del día y se la entregué. “Tanús, está bien…pero aquí hacemos crónica. Cuenta la historia de otra manera”. Me costó entenderlo aquella vez. No fue hasta varios días después cuando supe a qué se refería. “Tampoco es un Atlas que carga sobre sus hombros a la tierra…es Kenji Fujimori”. Sarcástico, burlón y con chispa. Sin degradar la noticia Tito empezó así un reportaje. Sutilmente criticaba el sobreactuado gesto del entonces aspirante a congresista, quien en imágenes aparecía cargando una refrigeradora a un Asentamiento Humano para regalarla a los pobladores (típico del clientelismo fujimorista).




Junto a Tito fueron transcurriendo mis primeras semanas en América Noticias. Sin embargo, un aprendizaje importante como practicante ocurrió afuera de la redacción. Un viernes en la noche, mi maestro me invitó a un Chifa a pocas cuadras del trabajo. Acepté. Pensé que iríamos a comer un chaufa,pero no podía estar más equivocado. Llegamos a la cuadra 2 de la Avenida Mariano Carranza, entramos a un restaurante sin letrero y dos botellas golpearon nuestra mesa. Era el Washington señores. El Chifa donde no se comía, solo se tomaba. El Chifa sin malas ni buenas noticias, solo reporteros con sed de diversión. Y ahí fue donde viernes tras viernes mi olfato periodístico se fue afinando con olor a frituras, cigarro y chela. El ambiente bohemio y a la vez decadente, tan distinto a bares o discotecas a los que estaba acostumbrado, me cautivó.


Las semanas de trabajo terminaban en ese sombrío Chifa iluminado por mi maestro. Tito era el Washington, el Washington era él. Si la china se encargó de mantener el local hecho un desastre, Tito fue el culpable de convertir el Chifa más cochino de Santa Beatriz en el refugio de la diversión y el relajo. “Muchos pueden ser periodistas, pero pocos hacen periodismo”. El colorete no solo nos embriagaba de risa, también daba cátedra con cerveza en mano. “China! Una más”. Las botellas se acumulaban. El humo agobiaba. Rodeado de reporteros experimentados yo escuchaba emocionado sus historias y chistes. Me sentía realmente periodista tomando en el Chifa Washington. Sin embargo, sobrio y con un micro en vez de un vaso de cerveza, no me iba tan bien en el noticiero.


Los jefes me dieron la oportunidad de trabajar sin mi mentor al lado. Dejé de seguir a Tito y empecé a pisar solo la calle. Mi primera comisión fue un velorio en El Agustino, del cual me botaron sin obtener ni una sola declaración. Tiempo después, mi primer enlace en vivo fue una experiencia tan intimidante que solo hablaron las imágenes. Con mucho esfuerzo logré luego mi primera exclusiva, una noticia en realidad tan tonta que jamás salió al aire.


Era tímido, introvertido y parco. Una cámara frente a mí era como un revolver apuntándome. Sí, reconozco que tenía miedo. Muchas veces me quedaba callado y si hablaba tartamudeaba. Intentaba mejorar observando avergonzado las cintas con mis grabaciones. Quería superar el miedo, pero ¿realmente quería salir en cámara? ¿era realmente lo mío informar apareciendo en TV? Veía con admiración a otros compañeros como Tito desenvolverse fácilmente frente a una cámara. En cambio yo no podía y no sabía si realmente quería. Sentía que no encajaba en una redacción de curtidos periodistas, de dicharacheros profesionales, de reporteros forjados en las calles, de personas capaces de improvisar en vivo. Yo era de “óvalo”, pues no tenía esquina. Mi barrio era Chacarilla del Estanque, mi universo San Borja. Más allá de esas superficiales fronteras era un tímido y retraído practicante. A los 23 años, ya en sétimo ciclo, creía que la TV no era lo mío.


"El Chifa donde no se comía, solo se chupaba. El Chifa sin malas ni buenas noticias, solo reporteros con sed de diversión."

Lo que si tenía claro era que amaba el periodismo. Que estaba dispuesto a cuidar y respetar mi profesión para siempre. Que escribir mis informes era un placer en cada punto, en cada coma. Que conseguir un dato distinto me emocionaba. Que escuchar cada noche la presentación de mi informe me ponía la piel de gallina. Tenía una fuerte convicción: contar una buena historia valía mil veces más que una imagen mía. Sin embargo, era consciente que tenía que vencer el miedo a la cámara para ser un reportero completo.


Aunque ya no salíamos juntos de comisión, Tito seguía dándome consejos en el Chifa y la redacción. A pesar que era muy bromista (solía imitar al otro practicante llamado Nicolás) jamás se reía de mis errores. Me iba ayudando día a día, no solo a ser buen periodista sino también a ser mejor persona. Y es por eso que jamás olvidaré la noche del 27 de julio del 2012 en el Washington, casi dos años después del Cerro Lomo de Corvina. Tito, nuestro amigo Carlos Cruz y yo. La reja del Chifa a medio cerrar. “No soy jefe ni productor. Que me importa, tengo la conciencia tranquila. Nunca fui sobón. Nunca hice mal a nadie para llegar aquí... hago lo que me gusta siendo como soy, y me siento feliz así. Salud”. Un último trago de cerveza y acabó la jornada. Salí del Washington lo suficientemente sobrio para recordar para siempre que lo que importan son las convicciones, lo que uno es realmente. Kapuczynski dijo que para ser buen periodista hay que ser buena persona, Tito era un claro ejemplo.

***

Un 7 de octubre del 2012 se extinguió la luz del Washington. Una noche antes, por cuestiones del destino, le asignaron la redacción de América Noticias a Tito. Fue una jornada muy agitada. Eran casi las 10 de la noche y él debía reunir los textos para poder titular el noticiero. Recuerdo verlo más agitado de lo normal. Rojo. Alterado. Iba desesperado de un lado a otro. La impresora una vez más se había atascado y el estrés aumentaba en mi amigo. Dejé de lado mi tarea del momento para arreglar el aparato. Los textos se empezaron a imprimir lentamente. Tito, desesperado, no paraba de putear. Al final logró reunir todos los papeles y salió corriendo de la redacción. Yo volví a mi computadora y luego de unos minutos, cuando el noticiero había empezado con normalidad, recibí una palmada en el hombro. “Gracias por intentar ayudarme”, me dijo alguien al que yo tenía tanto que agradecerle. Tito desapareció en el pasadizo y horas después un paro cardiaco se lo llevó para siempre.


América Noticias no volvió a ser lo mismo sin él. Meses después de su muerte, curiosamente, el Washington cerró. Las ojeras de la china no aguantaron más y el Chifa, ya sin alma, siguió el curso de su decadencia. Al poco tiempo yo dejé de ser practicante para convertirme finalmente en un reportero contratado. Sin embargo, mi alegría no fue plena. Como hubiese querido contarle a Tito que sus consejos dieron resultados.


Un día me encomendaron ir a cubrir una asamblea de la OEA en Washington, Estados Unidos. Iba ser mi primer viaje internacional como reportero. Aquella tarde caminé nervioso por la avenida Mariano Carranza rumbo a casa. En el camino me detuve frente a un Chifa abandonado. Recordé su luz, su alma, y perdí el miedo. Ahora sí podía ser un corresponsal… en Washington.




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